Por Arturo Montory G.
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La necesidad de reconocer y marcar el ganado vacuno por parte de sus propietarios a fines de los años 1500, nacido en la dehesa de Santiago y sus alrededores, llevó a que el rodearlos o juntarlos en un recinto cerrado, Plaza de Armas, se transformara en una faena habitual en cada primavera, cuya prioridad era proveer de carne a los habitantes del país y subproductos del vacuno que se obtenían y se exportaron desde esos años a los países o localidades vecinas.
Alrededor de esta campereada nace la artesanía, la música del campesino, los bailes, en fin, una nueva forma de vida distinta a la de las ciudades, que con el correr de los siglos se transforma casi en antagonista.
El campesino-huaso hace suya esta manera de entender la ganadería, su cercanía infinita con el caballo, sus inseparables perros y alrededor de su “puebla” o su casa, cría gallinas, pavos, cerdos, conejos, patos, cabras y muy cercanas las vacas lecheras y los infaltables corrales donde los reúne.
Construye galpones y pesebreras para sus caballares, y guarda pasto segado seco para el largo invierno, cuando el hielo y la nieve hacen muy difícil la alimentación al exterior. Canaliza y hace tranques para almacenar el agua, abundante en invierno y primavera pero que escasea en verano y otoño, y es un elemento fundamental para mantener verdes y productivos los cultivos y el pasto que alimenta el ganado. Un campo con poca o nula capacidad de almacenar agua hace muy difícil su subsistencia.
El campesino-huaso cuida con esmero y dedicación desde que nace su hacienda, sean estos vacunos, ovinos, caballar, avícola, porcina, etc. Pone su vida y la de su familia en protegerlos, nadie más cercano que ellos, nadie más sensible a las necesidades de su ganado, que es la subsistencia y futuro de su familia. El campesino más dedicado a los caballos se llamó huaso, vestido en forma distinta y heredero de una gran tradición que nace a mediados del 1700, lo cual incluye además de ser un buen criador, cuidador y jinete, una forma de vida, un comportamiento especial, lo que se transforma en una disciplina, un orden, una escuela.
Muchas veces en las ciudades los campesinos-huasos son mirados con cierto desprecio o despectivamente, por considerar muy básicas o rusticas sus obligaciones y deberes diarios en el campo, pero épocas de grandes dificultades como la de esta terrible y tenaz Pandemia, ha hecho abrir los ojos y entender el tremendo valor de las personas que producen los alimentos, se han dado cuenta en las ciudades que para que estén en los supermercados alguien debe producirlos y llevarlos ahí, la gente del campo.
Los más cercanos a los caballos se convierten en huasos, lo que implica usar una vestimenta especial, convertirse en una forma de vida absolutamente ligada al ganado vacuno, hace suya la cueca como o su baile de preferencia, usa aperos de cuero trabajados, frenos y espuelas con ataujía, diseñados y fabricados en sus inicios por orfebres jesuitas llegados de Holanda y Bélgica en 1745, a la hacienda Calera de Tango, donde enseñan a los campesino en este arte. El huaso adopta ponchos, mantas y chamantos de origen incásico, que con el correr de los años se transforma en una profesión, cuyo centro sigue siendo el pueblo de Doñihue, de donde salieron a otras ciudades la mayoría de las más famosas Chamanteras.
Todo este cumulo de expresiones culturales fue vaciada en el deporte del Rodeo Chileno, el cual con el correr de los años incorporó a nuevas generaciones de huasos que ahora viven en las ciudades y pueblos, alejada su vida del campo, pero íntimamente ligada a través de este deporte, cuyas raíces reglamentarias se inician en 1860.
Sin duda es una “Cultura Campesina y Deporte”.